martes, 7 de mayo de 2013

Memorias de una suicida.

Andar sin saber hacia dónde te dirigen esos pasos; Hablar sin saber que dices; Oír sin escuchar lo que opinan; Mirar el mundo y no ver nada; Vivir pensando en la muerte; Morir en vida.

Te miras al espejo, ves la rabia en tus ojos, la impotencia, las pocas ganas de luchar y te das cuenta de que es tarde, ya te has rendido y nadie puede hacer que vuelvas a recobrar la fuerza, las ganas de vivir.
Estás sola y sabes que nadie en casa volverá hasta la noche. Necesitas sentirte viva, sentir algo más que soledad, que algo te haga romper, llorar.
Corres a tu cuarto y buscas entre los libros pero no lo encuentras. Te poner nerviosa porque sabes que lo dejaste allí y ha de estar allí, pero no está. Aun así no te das por vencida; empiezas a arañarte las manos hasta que acaban sangrando, tiras todos los libros al suelo sin importarte lo que les pueda pasar pero sigues sin encontrarla.
 Tu mente no deja de gritar, de recordar cada malo momento de tu vida, dejando claro que no sirves para nada, que en este mundo no haces más que estorbar, que tienes que morir para hacer un bien a todos los que te conocen. Sabes que nadie llorará, que todos están hartos de ti, que no pueden más. Solo eres un peso que ellos quieren quitarse de encima.
 Gritas de impotencia, lloras y cuando te das cuentas estás en el suelo arañándote los brazos, las manos, las piernas. Penetrando con las uñas en la piel, levantandola, dejando que mane la sangre.